Entendiendo la «Doctrina de la impasibilidad de Dios» de manera sencilla


 

En marzo estudiamos siempre "ontología" (o teología propia) donde tocamos el tema de la doctrina de la «impasibilidad de Dios» cuya breve definición figura en la «Segunda Confesión de Fe de Londres de 1689» cuando dice:

(DIOS) es espíritu purísimo, invisible, sin cuerpo, partes ni pasiones. 
(De Dios y la Santa Trinidad 2.1 - 2CFL1689).

En el siguiente artículo del Dr. James Renihan se explica de manera breve y sencilla qué encierra la definición de un «Dios sin pasiones».

Prof. Alejandro Riff

*Énfasis en negrita añadido al artículo.

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IMPASIBILIDAD

Una antigua y querida tradición de la vida de la iglesia es el comer todos juntos, tener un ágape. La comida abunda y todos traen algo para compartir y disfrutar del generoso festín. Cuando pasas con tu plato frente a las bandejas de comida y los postres, eliges algunos y dejas de lado otros. ¿Por qué? ¿Por qué eliges unos y no otros? La verdad es que cada uno de los alimentos y postres que ves ante ti está actuando sobre ti, ejerciendo una influencia sobre ti y afectándote. ¿Cómo es eso? Percibes cada plato como algo bueno o malo, y entonces te sientes atraído por lo bueno y repelido por lo malo. Cuando te mueves para sacar el bueno y te alejas del malo, has sido cambiado, movido y afectado por esos alimentos y tu percepción de ellos. Así es la vida de una criatura pasible.

Ser pasible significa que eres capaz de ser objeto de una influencia exterior. Eres capaz de ser el paciente de un agente. Las palabras paciente y pasible provienen de la misma raíz, pati-, que significa ‘sufrir o padecer’. Un paciente es alguien que sufre o padece la acción de un agente. Por tanto, ser pasible es tener la capacidad o facultad de ser el paciente de un agente

Cuando haces la fila para sacar la comida y pones algunas cosas en tu plato mientras evitas otras, estás experimentando cambios, movimientos y desplazamientos hacia lo que percibes como bueno y alejándote de lo que percibes como malo. Los alimentos son agentes que mueven a su paciente, que eres tú, por la bondad o maldad que percibes en ellos.

Esos movimientos que te acercan a lo bueno y te alejan de lo malo, esos «padecimientos», son pasiones. A estas pasiones les damos nombres como amor y odio, alegría y tristeza, confianza y miedo, misericordia y venganza. Como dijo Pablo en Efesios 2:3: «Todos nosotros en otro tiempo vivíamos en las pasiones de nuestra carne, satisfaciendo los deseos de la carne y de la mente».

Las pasiones son la realización de los deseos del cuerpo y del alma del hombre. Son movimientos que nos acercan a lo que percibimos como bueno o nos alejan de lo que percibimos como malo. En Colosenses 3:2, Pablo ordena que los cristianos «pongan la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra». Las traducciones más antiguas decían: «Poned vuestros afectos [es decir, pasiones] en las cosas de arriba». Esto significa: «Sean atraídos por lo bueno tal como lo define Dios y sean repelidos por lo malo tal como lo define Dios, no como lo define el hombre caído y su naturaleza pecaminosa».

La vida de las criaturas pasibles, la experiencia de las pasiones, es un flujo constante y cambiante de movimientos y desplazamientos, altibajos y cambios provocados por todo tipo de fuerzas externas. Un semáforo en verde nos hace felices en un momento; luego, un semáforo en rojo cambia completamente nuestro estado de ánimo. Un punto anotado por nuestro equipo deportivo favorito nos da mucha satisfacción y confianza; luego, un punto anotado por el equipo contrario nos produce frustración y miedo.

Ahora que entendemos lo que significa ser pasible, podemos alegrarnos y adorar a nuestro Dios que es impasible. La impasibilidad es una negación. Por lo tanto, cuando decimos que Dios es «sin pasiones» o que Dios es impasible, estamos negando que las pasiones que hemos descrito anteriormente estén en Dios. Él nunca es el paciente de un agente. Dios nunca es movido por algo que provoque un cambio en Él. Las criaturas no ejercen fuerzas que cambien al Creador y lo hagan acercarse a un bien percibido o alejarse de un mal percibido.

Más bien, Dios es «bendito por los siglos» (Ro 1:25; 2 Co 11:31), y nuestra justicia o maldad no lo cambian (Job 35:5-8). Esta noticia es maravillosa porque significa que, por ejemplo, el amor y la misericordia de Dios no son pasiones como en las criaturas, sino perfecciones. Lo que queremos decir es que Dios no es movido a amar ni movido a tener misericordia, sino que ama y muestra misericordia por la infinita plenitud de Su propia bondad. Dios no es movido a amar; «Dios es amor» (1 Jn 4:8). Y como el amor de Dios no es una pasión, no puede dejar de ser amor más de lo que Él puede dejar de existir.

Si el amor de Dios fuera una pasión como las nuestras, cambiaría constantemente en función de nuestra bondad y maldad. Nuestros cambios producirían cambios en Dios. De hecho, toda la creación sería una causa constante de cambio en el Dios omnisciente y omnipresente. Sin embargo, Dios se relaciona con la creación y ama a Su pueblo con un amor eterno precisamente porque Dios nos ama por Su propia plenitud infinita y no en base a la bondad percibida en nosotros. En efecto, «nosotros amamos porque Él nos amó primero» (1 Jn 4:19). Que el pueblo de Dios proclame: «Den gracias al SEÑOR porque Él es bueno, porque para siempre es Su misericordia» (Sal 136:1).

Del mismo modo, Dios no es movido a mostrar misericordia por algo que perciba en nosotros. Nuestra misericordia depende de que nos sintamos conmovidos por alguien o por algo. Gran parte de las donaciones caritativas dependen de conmover a la gente para que muestre misericordia. Aunque puede haber corrupción en esos sistemas, debemos confesar, para nuestra vergüenza, que pasamos por alto el sufrimiento genuino de muchos. Lo hacemos porque necesitamos ser conmovidos para mostrar misericordia. Pero la misericordia de Dios no es una pasión. Dios ayuda a los desamparados por la infinita plenitud de Su propia bondad, no por una conmoción sincera ni por manipulación emocional. Por eso, el desvalido siempre puede invocar a Dios, sabiendo que Él no es misericordioso, sino que es la misericordia misma. Dios no es movido a mostrar misericordia; Él es misericordia. Adoremos a nuestro Dios y digamos: «Que las misericordias del SEÑOR jamás terminan, pues nunca fallan Sus bondades; son nuevas cada mañana; ¡grande es Tu fidelidad!» (Lm 3:22-23).

Como la impasibilidad es una negación, es más fácil de entender en contraste con la pasibilidad humana. Nuestras pasiones son movimientos del cuerpo y de la mente, cambios producidos cuando somos pacientes de agentes de todo tipo. Sin embargo, el amor, la misericordia y todos los demás atributos de Dios no son pasiones o movimientos, ni cambios o estados del ser. Más bien, son Dios mismo, el perfecto, infinito, eterno e inmutable, derramando Su bondad sobre Sus criaturas. Alabemos a Dios, porque «El SEÑOR es bueno para con todos, y su compasión, sobre todas Sus obras. SEÑOR, Tus obras todas te darán gracias, y Tus santos te bendecirán» (Sal 145:9-10).


Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

El Dr. Samuel D. Renihan es pastor de Trinity Reformed Baptist Church en La Mirada, California. Es autor de God without Passions [El Dios sin pasiones] y El misterio de Cristo, Su pacto y Su reino.

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