¿Es lo mismo aceptar a Jesús que creer en Él?




¿Es lo mismo aceptar a Jesús que creer en Él? 

Aunque en el discurso evangélico contemporáneo se tratan estas palabras como sinónimas, no lo son. La aceptación es un acto humano, mientras que la fe es de origen divino. Incluso los demonios aceptan la existencia de Dios, pero carecen de una fe que salve.

Santiago 2:19  Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan.

En este sentido, algunos evangelistas recurren a una serie de frases en las que la persona solo tiene que decir "sí", trivializando así la complejidad del evangelio que la Biblia nos presenta. Pedro, por ejemplo, no pasó simplemente diez minutos con la multitud repasando un listado para que todos asintieran (Hechos 2:40). En cambio, exhortó con pasión y detalle

Hechos 2:40  Y con otras muchas palabras testificaba y exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación.

 La narrativa de la muerte y resurrección de Cristo merece ser predicada con profundidad, y el llamado del evangelio es a arrepentirse y creer.

Cuando reducimos el evangelio a un simple listado de verificación y hacemos repetir al pecador una «oración prefabricada», corremos el riesgo de trivializar el mensaje. 

Si el evangelio se simplifica a un mero listado de verificación o a una "oración prefabricada", corremos el riesgo de crear una comunidad de personas que están convencidas de su cristianismo, pero que quizás no han experimentado una verdadera conversión. En este escenario, se pierde la noción de que Jesús no es solo el objeto de nuestra fe, sino también su autor y consumador.

Ser "autor" implica que la fe genuina es una obra iniciada por Él en nuestros corazones. No es algo que podamos generar por nosotros mismos a través de la aceptación intelectual o emocional de ciertas proposiciones. Por ende, la fe que salva es divina en su origen, y eso descarta la idea de que pueda ser resultado de una simple repetición de frases o actos humanos.

Además, al ser el "consumador de la fe", Jesús lleva a perfección esa obra iniciada en nosotros. Esto es esencial porque refuerza la idea de que la fe es un compromiso vitalicio de transformación y crecimiento, no un evento único basado en un listado de requisitos cumplidos.

La distinción entre estar "convencido" y estar "convertido" cobra entonces mayor relevancia. El convencido podría sentir que ha llegado al cristianismo por su propio entendimiento o emoción, mientras que el convertido reconocerá que su fe ha sido iniciada y será completada por Jesús mismo.

Al reducir el evangelio a algo superficial, no solo arriesgamos la autenticidad de la conversión, sino que también pasamos por alto la obra profunda que Jesús, como autor y consumador de la fe, desea realizar en cada creyente. Esto podría resultar en iglesias llenas de personas que creen que están siguiendo a Jesús, pero que en realidad podrían estar muy alejadas de la relación transformadora que Él ofrece y que tiene implicancias eternas.

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